jueves, marzo 06, 2008

Las Angustias de Orozco — Mininovela



"Cogito cogito ergo cogito sum (Pienso que pienso, luego pienso que existo)"
 Ambrose Bierce




   A Orozco lo conocí en un bar, hace unos 20 años. Estaba sentado en un rincón, su taburete inclinado contra la pared y una cara de querer decir algo.
   Anoche tuve una pesadilla —me dijo, sin siquiera presentarse. Soñé que despertaba, o desperté en realidad (lo cual sería terrible) y creí ver en un rincón oscuro una presencia, algo que estaba ahí y me amenazaba con su infinita maldad. Inmediatamente mi cuerpo se paralizó y sentía algo supremamente pesado sentado sobre mi pecho, clavándome contra el colchón. Un temblor intenso se apoderó de mí, como si tuviera un gato ronroneando adentro. Lo peor es que no podía mover la cabeza para evitar ver esa luminosidad entre las sombras, esa ausencia presente, ese agujero negro. Reuní todas mis fuerzas y desperté con un grito. El temblor interno cesó y pude moverme para prender el velador. Ahí en la esquina donde creí ver la presencia estaba colgada mi bata de baño.
   —Ese es un fenómeno conocido —respondí. Se llama narcolepsia o parálisis de sueño y está detrás de muchas leyendas sobre duendes, brujas, demonios y ahora último incluso extraterrestres. Hay un cuadro de Henry Fuseli llamado Nightmare (pesadilla) en el que muestra un duende sentado sobre el pecho de una durmiente.
   Desde esa noche Orozco me quiere mucho.

*

   Cuando Orozco se emborracha, le da por filosofar. Un día le escuché la siguiente devanación:
   El otro día caminaba tranquilo por la avenida y al pasar bajo una ceiba cayó sobre mi nariz tremenda plasta de guano. Ahora bien, hay que ver la coordinación que tal hecho representa, la fatal sincronización que hace que un cuerpo A (el guano) choque con un cuerpo B (la nariz) en un punto C (bajo el árbol) en un momento Z (2:34 p.m.). Postulo así, por tanto, mi teoría de la casualidad: Supongamos un volumen ocupado por un número x de partículas en movimiento. Deducimos por intuición que el número de choques posibles aumenta exponencialmente cuanto menor el volumen y mayor el valor de x, y disminuye en caso contrario. ¿Cierto? Además, las colisiones no son independientes del tiempo. Si yo me hubiera detenido unos instantes a amarrarme el zapato pocos metros antes de la ceiba, la plasta habría seguido su rumbo normal hasta el piso. Por tanto, es posible (y esto lo dejo como ejercicio a mis interlocutores) deducir una ecuación que nos permita evitar ser cagado por un pájaro.
   No quiero desilusionarte, Orozco respondí ante la estupefacción de los demás presentes pero tu teorema implica que uno puede pararse fuera de tu hipotético cubo y estudiar la velocidad y dirección de todas las partículas, lo cual es imposible a menos que seas Dios.
   En tal caso respondió Orozco retiro lo dicho. Y permaneció en silencio el resto de la noche.

*

   Otra noche lo encuentro en el bar y me dice dentro de diez, cien, mil años un asteroide enorme colisiona contra la Tierra y adiós Homo Sapiens y todas sus creaciones. ¿Te das cuenta? Toda la historia de la civilización se hace humo y ya nadie creerá o no en Cristo o Alá o la filosofía Zen. ¿Para qué habrán servido todas las convicciones y todas las guerras y todos los odios y todas las ambiciones? Si nadie queda para recordar la historia de la humanidad sería como si nada hubiera existido, como si todo no hubiera sido más que el sueño de un demiurgo que despierta sobresaltado y no recuerda siquiera haber soñado.
   Yo lo miro y le digo tranquilo Orozco que da igual si alguien recuerda o no porque la misma existencia es una ilusión, así que pasame esa botella antes de que se esfume.

*

   Un sábado por la mañana se levanta Orozco y me dice la ciencia habrá avanzado mucho pero los problemas más enigmáticos los deja de lado. Por ejemplo, ¿alguien sabe cómo hacen los pelos para encontrarse en el piso de un cuarto y enredarse tan meticulosamente con otros pelos y demás filamentos para formar pelusas? ¿Y cómo es que dichas pelusas encuentran siempre el trasfondo de los muebles y los rincones más oscuros debajo de las camas y los armarios?
   Diciendo y haciendo, mi buen amigo Orozco montó un laboratorio para el estudio de las pelusas. Puso una cámara apuntando al piso del cuarto y la dejó correr por una semana, luego usó técnicas cinemáticas de compresión del tiempo para ver la acción de las corrientes de aire sobre dichos filamentos, como en esas películas en las que se ve acelerado el nacimiento de los retoños y los hongos en un bosque después de la lluvia.
   Finalmente, sometió las muestras al microscopio y descubrió con horror que las pelusas son en realidad el hábitat preferido de ciertos ácaros de patas blindadas y espinas defensivas, que exploran ese minúsculo paisaje desértico en grupos de tres o cuatro, como pequeños robots de guerra en busca de su alimento preferido: pelos, caspa y demás residuos dermatológicos humanos.
   Hay cosas que es mejor no saber dijo Orozco, cariacontecido.

*


   Orozco, en los bares, siempre trataba de levantarse a las mujeres que no debía, metiéndose en líos indecibles. Una vez intentó iniciar conversación con una feminista radical, quien ante el primer avance de Orozco le lanzó la siguiente increpación:
   Los cerdos como usted sólo ven a las mujeres como un objeto sexual.
   Orozco, que por muy borracho que estuviera siempre trataba de ser honesto, le respondió lo siguiente:
   No voy a negar que al desearlas los hombres convertimos a las mujeres en objetos. Pero eso nos convierte automáticamente en sujetos. Es doble el filo del deseo, porque ustedes, como objetos, no son nada fáciles de manejar. ¡Y hay que ver los machucones que nos dan! 
   La feminista ni siquiera se dignó a responder.

*

   Un martes cualquiera Orozco tuvo un accidente automovilístico. Lo fui a visitar al hospital el viernes. Tenía el brazo derecho enyesado y moretones en todo el cuerpo. Al verme puso cara de gran angustia filosófica. “¿Vos te das cuenta que el martes pasado fue martes 13? ¿Te das cuenta? ¿Serán ciertas las supersticiones?”
   ¿Qué se le puede contestar a un amigo en tal trance? Me quedé mirándolo un largo rato, devanándome los sesos en busca de una frase para tranquilizarlo. “A veces,” dije finalmente. “Si no nadie creería en ellas.”

*

   Ya no recuerdo cuándo Orozco me relató la historia de su visita a un familiar lejano a quien se le había muerto una hermana en circunstancias misteriosas:
   Estábamos sentados en el patio, tratando de consolar a los pequeños huérfanos, cuando un periquito anaranjado y blanco llegó de quién sabe dónde y se posó en el hombro del hijo mayor. Pensé, lógicamente, que el periquito se había escapado de la casa de un vecino y me quedé de lo más tranquilo. Hasta que entró la muchacha de servicio con aguardiente y café y dijo, con increíble certidumbre: “Es el alma de la señora Ligia que viene a consolar a sus hijos.”
   De más está describir la cara que puso mi amigo Orozco cuando llegó a ese punto. Esta vez me quedé callado y permanecí en silencio hasta que me fui, veinte minutos después.

*

   La última de Orozco, mi hermano del alma, antes que muriera de la rotura de un aneurisma en la aorta, como alguno de los personajes de Borges.
   Fui a visitarlo al hospital unas semanas antes. Una fuerte neumonía lo había enviado a la sala de emergencias, casi asfixiándose. Los antibióticos lo salvaron, pero también la causaron un paro renal. Durante tres días se debatió entre la vida y la muerte. Por suerte, se recuperó, justo un día antes que lo fuera a visitar.
   —Tuve un sueño muy vívido, cuando estaba del otro lado —, me dijo. Estaba en un campo infinito donde un montón de gente se dedicaba a todo tipo de labores incongruentes, manejando aparatos sin sentido. Uno hacía girar engranajes que subían y bajaban unas poleas, pero no levantaban nada. Otro miraba por una especie de telescopio que apuntaba hacia atrás. De repente escuché una voz autoritaria dentro de mi cabeza. Me explicó que todos los que iban ahí recibían una tarea importante, y la mía era la de inventar palabras. De inmediato recibí una especie de herramienta, como un rompecabezas tridimensional, y me senté obedientemente a armar palabras con ella.
   Me quedaron grabadas en la memoria las manos huesudas de Orozco cuando explicaba esta parte, como manipulando un complicado dispositivo invisible.
      —Lo peor es que en el sueño comprendía perfectamente las palabras que inventaba. Las formas tenían un claro propósito y expresaban una profunda verdad. Pero ahora que trato de recordarlas, por más que lo intento no les encuentro el sentido.
   Espero que hayas resuelto ese problema, mi querido amigo Orozco.

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